festival de La Calabiuza
FIESTA
DE LA CALABIUZA EN TONACATEPEQUE
La Calabiuza es un morro seco perforado al que se le colocan
ojos, nariz, sonrisa y una vela por dentro.
No
tiene que ver con Hallowen, aunque por las calles de Tonacatepeque deambularán
personajes de leyenda de El Salvador.
El
festejo del pueblo de “los jicameros”, como se le conoce a los lugareños, se
realiza la primera noche de noviembre y se concentra en el casco urbano.
Los
organizadores informaron que originalmente la tradición nació cuando jóvenes y
niños recorrían las viviendas de Tonacatepeque para pedir ayote en miel.
Los
niños y jóvenes iban de casa en casa con morros y velitas a pedir cuchamperes,
güisquiel o ayote en miel.
La
tradición representa una forma de recordar a los Santos Ángeles, en el Día de
los Inocentes.

Las
familias a cuyas puertas tocaban los niños y jóvenes participaban del evento
entregando porciones del ayote en miel que habían preparado con antelación.
Escobar
indicó que el ayote era depositado en morrales, bolsas o cebaderas; y al final
del recorrido era repartido entre los niños y jóvenes del grupo participante.
Durante
la guerra la tradición continuó, aunque la cantidad de participantes disminuyó
e incluso la cantidad de viviendas en las que se preparaba el ayote en miel fue
menor, pero durante los últimos años de la misma, desde allá por 1987, un grupo
de adultos comenzaron a salir bailando en las calles tocando un pito y un
tambor. Aproximadamente allá por el año de 1992, un grupo de jóvenes decidieron
dar un nuevo rumbo a la tradición, con la energía que caracteriza a la juventud
se reunieron por varios días en secreto para confeccionar los trajes que
vestirían la noche del 1 de noviembre y llegada la fecha, al caer la noche, la
tranquilidad de la ciudad se vio invadida por personajes mitológicos como el
cipitio, el padre sin cabeza y como personaje trascendental una figura de
siguanaba gigante, de tamaño similar a las conocidas como gigantonas de Jocoro.
Los jóvenes bailaron en una esquina del barrio San Nicolás por horas al son del
pito y el tambor y rápidamente fueron rodeados por vecinos, quienes atraídos
por el bullicio disfrutaron de un momento ameno.
El
siguiente año, el número de niños y jóvenes que representaban a los personajes
mitológicos se incrementó y esta vez ya no solo bailaron en una esquina, sino
que decidieron hacer un recorrido por la ciudad; al paso de los mismos, los
pobladores salían de sus casas y acompañaban al grupo, quienes al final del
recorrido se concentraron en el parque para cerrar con sus danzas.
Comentarios
Publicar un comentario